Es extraño cómo empezaré este último post del verano. Pero quién sabe si traerá algo empezar el rábano por las hojas.
Cuando excluimos a alguien, cuando le hacemos sentir diferente, cuando ese diferente es malo… Esa persona crecerá con miedo al mundo. Y en muchos casos tomará la decisión de vivir de espaldas al mundo.
En un sistema enfermo como el actual, donde nos dan todas las facilidades para sobrevivir de espaldas al mundo (internet, compras online, etc.), parece que en verano dejamos nuestro mundo por otro. Eso ha de hacernos preguntarnos si nos vale la pena el precio que pagamos.
Leí un día una frase que decía algo así: vive una vida en la que no necesites todo el rato viajar, masajes o meditar, una vida donde esas prácticas sean placenteras, pero no imprescindibles para sobrevivir. Somos comunidad, nos guste o no. Os lo dice una a la que los ruidos, las masas y el ajetreo nunca han sido lo suyo. Pero soy comunidad.
Y por comunidad no hablo solo de las 2 o 3 personas con las que te relacionas. Hablo de estar en el mundo. Evidentemente, no siempre de la misma manera y no con la misma intensidad.
Yo, en este momento del año, voy a desearte que encuentres tu manera de estar en el mundo.
El acto sanador que he tomado este año para mí ha sido irme a bailar con 50 personas (con pcr y protocolos, obviamente) en mitad del desierto.
Mi primer acto de apertura al sol sanador, real y consciente, ha sido irme al taller de Irene Hernández, con Janis Fernández y Alex Sevilla de equipo. Su nombre: Reset.
Estas diosas y maestras, junto el equipo, hicieron que todo fuera mejor de lo que se podría pedir.
Gracias.
Pude experimentar mis necesidades y las de las demás. Gente diversa que, por fin, no se presentaban por su profesión, sino simplemente por estar. Pude ver belleza en todos los cuerpos. Pude ser. Todas y todos pudimos ser en diversidad.
¿Cómo? Primero, con una guía amorosa y cómoda que nos sugería el dejarnos ser y no invadir. Límites, claridad y amorosidad. Y el grupo que insertó en su ser el cuidado, la atención y el respeto propio y del entorno. No sé si nos caíamos todos divinamente, pero daba igual porque, como “mundo”, funcionábamos.
Cuando había que poner amor, escucha, silencio o un límite, era posible. Momentos más a solas o más en contacto.
Y es que: enfermamos de espaldas al mundo. De espaldas al mundo nos volvemos demasiado únicos y especiales. Y solos o solas crecemos siempre hacia el mismo lado.
Y para esto no hay otra que la palabra consciencia: saber escuchar, saber qué hace mi cara y mi cuerpo incluso cuando nadie me ve. Ser consciente de qué hago y cómo lo hago. Poder ser yo en relación.
Es tarea, porque nuestra soberbia nos incita a sobresalir (por bello o feo, da igual) y a comparar. Y en relación eres uno más, único, pero uno más.
Yo, hoy, elijo estar en el mundo y jugármela, aunque me dé miedo, aunque esté quien no me guste, aunque yo no guste. Elijo consciencia de mí y estar en el mundo.
Feliz verano.
Feliz vida.
Contigo.
En este mundo.
Nos vemos de nuevo el 7 de septiembre.
Delfina Mieville Manni